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Robots, Inteligencia Artificial y el mito del desempleo.

A continuación, se expondrán los argumentos principales que servirían de fundamento para imponer por la fuerza nuevos impuestos, que, como podrán observarse son proposiciones que carecen de originalidad.

Emulando a Bastiat, podría considerarse que los argumentos esgrimidos por aquellas personas deseosas de crear más y más impuestos (casi todas nucleadas en u obedientes de determinados organismos internacionales), no solo se basan en lo que se ve y no tienen en cuenta lo que no se ve. Sino que, aquello que creen ver es absolutamente sesgado, distorsionado y, desde el sentido teórico e histórico, incorrecto.

Podemos referirnos a ellos como los luditas del siglo XXI. El ludismo fue un movimiento violento y protestante que tuvo lugar luego de la revolución industrial en Inglaterra a principios del siglo XIX. Dicho movimiento, encabezado por artesanos, se oponía a la utilización industrial de la máquina -en el sector textil- debido a que consideraba que la misma era una amenaza para sus fuentes de trabajo y su modo de vida. Bajo la pavorosa visión del porvenir de estas personas, viviremos en un mundo en el que inexorablemente el hombre será desplazado de su puesto de trabajo y arrojado a la calle sin más, al desempleo, al hambre y al desasosiego.

Ello es así, dado que los robots y la IA reemplazarán a los humanos en sus quehaceres y nada puede hacerse al respecto más que frenar o al menos desacelerar su llegada. De alguna manera creen que los robots simplemente aparecen por generación espontánea. Olvidando la gran industria creciente que comienza a verse detrás.

Continuando con esa dogmática línea de pensamiento, será necesario que los estados actúen rápida y eficazmente diseñando y aplicando medidas (léase creando impuestos. Nada nuevo u original), ya que estamos próximos a una nueva era de tasas enormes de desempleo.

Esta triste forma de ver el mundo puede tener causa en diferentes razones en las que no ahondaremos, dado que no es el propósito del presente texto, sin embargo, puede decirse que aquellos que honestamente piensan de esta manera se sienten enfrentados ante un robot (o inteligencia artificial) superior a la que no puede vencerse. Ya en el año 1996 el campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov se batió a duelo con la supercomputadora Deep Blue ganando ajustadamente, y perdiendo ante la máquina al año siguiente. Más ágiles, más rápidas para procesar información, y más fuertes, parece que el mejor de los humanos no va a poder derrotar a la máquina en ningún campo de acción.

Sin embargo, no debemos olvidar que la Inteligencia Artificial es comparativamente superior (y en ciertos casos, no en todos) en aquella tarea para la que está específicamente diseñada. Es decir, un software que juega ajedrez realiza tal actividad y no otra. No puede jugar backgammon si no fue programada para ello. De la misma manera que una I.A. que detecta fraude fiscal para una administración tributaria, no puede detectar fraude en contratos de derecho privado.

Al mismo tiempo, el hecho de existir estos robots, y añadirles a continuación la palabra referida a los empleos como, por ejemplo: robot policía, o médico; o bien, auto autónomo -es decir, sin conductor- crea la perturbadora imagen del ser humano que, habiendo estado en su lugar durante tantos años, de repente es desplazado de tal oficio. Por eso mismo, puede quizás comprenderse que quienes piensen de esta forma se queden con esa primera imagen, y el miedo o las emociones generadas no den lugar al razonamiento. Un mayor análisis nos hará ver que esto no tiene por qué ser así, y de hecho nunca lo fue. Ni lo será.

Esta imagen, que podría ser sacada de una película sobre un futuro distópico, es utilizada y repetida una y otra vez por aquellos deseosos de seguir aumentando la presión tributaria. Bajo el axioma -hay que aumentar los ingresos públicos- tan solo se trata de encontrar argumentos que sean fácilmente vendibles a la sociedad y que calen en el imaginario colectivo. Se deben gravar a los robots y a la IA por la inmensa cantidad de humanos que dejarán de cotizar su seguridad social -ni segura ni social- por perder sus empleos.

Es entonces cuando pasaremos a lo que se puede denominar racionalizar impuestos. “La racionalización es un término del campo de la psicología. Se trata de un mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones de manera pseudo-razonable para evitar sentir emociones negativas. El que racionaliza, está íntimamente convencido de su argumento. El miedo lleva a esa racionalización. En lugar de justificar adecuadamente, pasaremos a racionalizar impuestos…

Una vez que esa imagen o película esté siempre presente en la mente de la ciudadanía, el paso siguiente resulta servido en bandeja, ya que el político deseoso de aumentar sus recursos contará con “…un virtual apoyo popular… (y) …encontrará sobradas supuestas justificaciones y motivaciones para aumentar los Impuestos…” (Corona Fobia, la otra cara de la amenaza. KDP Amazon. 2020. Pág. 23 y 42)

El mejor ejemplo quizás es el de los llamados Impuestos Verdes, o Impuestos ambientales. A nivel teórico o académico, el famoso “Doble dividendo” resulta altamente atractivo entre los simpatizantes de los nuevos impuestos. El marketing del doble dividendo es sumamente efectivo.

Este doble dividendo viene dado por el siguiente análisis: por un lado, se entiende que, si el tributo se encuentra bien diseñado y cumple con su fin extrafiscal (preservar el medioambiente mediante la alteración de una conducta perniciosa), tenemos allí el primer dividendo. Contribuye al cuidado medioambiental. Cuestión que hoy en día despierta mucho interés.

El segundo dividendo, quizás algo más complejo, resulta ser que si existiese un correcto trade-off entre las figuras tributarias ortodoxas, que producen distorsiones en la economía, el presupuesto podría encontrarse inalterado en lo que respecta a cuantía, pero sin el factor distorsionante de la figura anterior. La idea sería usar el dinero ingresado por ese tributo verde para financiar una reducción en otro impuesto “ordinario” cuyo efecto distorsionador en la economía es mayor, logrando así no alterar el presupuesto original. ¿Cuál es la única verdad evidente? Que el estado sigue aumentando de manera significativa sus recursos, y menos recursos quedan en mano de las personas. Esto es así dado que difícilmente alguien pueda aportar ejemplos reales de aplicación de ese doble dividendo demostrando que hubo una reducción directamente relacionada a la introducción del impuesto verde, y que esa misma ha sido sostenida en el tiempo.

Esto es tan solo un ejemplo de lo que sucede en el campo de la tributación. Rara vez la tendencia es hacia reducir impuestos, dado que el agigantamiento del estado tiene un efecto trinquete.

Retomando la visión apocalíptica de los pregoneros de la fiscalidad, la Revolución Industrial nos ha demostrado que la introducción de máquinas que aumentaban la productividad no ha destruido empleos sino todo lo contrario. Los ha aumentado exponencialmente.

Ejemplos de esto hay cientos, pero resulta muy ilustrativo los aportados por Henry Hazlitt en su ensayo El odio a la máquina en dónde relata con excelsa precisión lo ocurrido en aquellos años en donde los artesanos destruían telares, so pretexto de proteger su fuente trabajo.

Ya mismo el ejemplo brindado por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, con su máquina de alfileres, la cual podía fabricar 4.800 alfileres en un día en comparación al alfiler diario que podía hacer una persona. Eso mismo debería haber suscitado la más mínima sospecha de lo que estaba realmente aconteciendo. Es el caso de los fabricantes de medias, que fueron empleados cien obreros -para finales del siglo XIX- por cada uno contratado a inicios del mismo siglo.

O bien lo sucedido con las maquinarias para el hilado de algodón. Arkwright, inventor de la máquina para el hilado de algodón encontró resistencia a la utilización de su invento. Sin embargo, veintisiete años después de la introducción de dicha máquina el parlamento británico demostró, luego de una investigación, que los obreros empleados aumentaron en un cuatro mil cuatrocientos por ciento, pasando de 7.900 trabajadores a 320.000.

La introducción de la máquina a vapor en el mundo, en términos de potencia, fue calculada por la Oficina de Estadística de Berlín como doscientos millones de caballos. El equivalente a mil millones de hombres. Que en definitiva no quedaron desempleados, sino que fueron empleados en usos más productivos.

Años más adelante y cercanos a nuestros tiempos, en 1932, luego de la Gran Depresión, se volvió a culpar a las máquinas por el desempleo vivenciado en aquella época. Y así sucesivamente. Lo mismo ha sucedido con el acero, la marina, etc. y los ejemplos podrían continuar. “La creencia de que las máquinas provocan desempleo, cuando es sostenida con alguna consistencia lógica, lleva a descabelladas conclusiones” (Henry Hazlitt, El odio a la máquina).

Finalmente, bajo el criterio de los tecnófobos, podría entonces argumentarse que cualquier mejora técnica implica necesariamente desempleo. Nada más un decreto que obligase a los pintores de casas a pintar con brochas de 4 centímetros en lugar de rodillos u otro elemento más productivo ampliaría enormemente la cantidad de personas empleadas en la pintura de casas. Y así en el rubro que fuera. Realmente suena ridículo.

Justamente, lo que no se ve, es que, cualquier introducción de mejora, máquina o robot, está generando el auge de una industria más alejada del consumo final. Alargando etapas del proceso productivo y aprovechando al máximo posible la división del conocimiento. Esa es la parte de la ecuación compleja de ver. (léase triángulos Hayekianos).

En conclusión, la inobservancia del panorama completo y el desconocimiento de la teoría económica correcta hacen creer que la introducción de robots, I.A. (o simplemente máquinas) desencadenará inexorablemente en el desplazamiento de los trabajadores produciendo desempleo. Y como consecuencia derivada de aquello habrá menos cotizaciones en seguridad social. Cómo así también generará la tan temida y denostada (pero inocente e inofensiva) desigualdad, que hará imperioso el accionar del estado para redistribuir las rentas.

Nada más absurdo que ello. Como puede observarse, nada nuevo bajo el sol. Sólo viejos argumentos reciclados y aplicados a una nueva época.

Además de la suerte de falsa premisa que origina toda esta pretensión de querer gravar tanto la robótica como la Inteligencia Artificial, el otro grave problema es el de desconsiderar la verdadera naturaleza de este tipo de bienes (Robots e I.A.).

Desde el enfoque empresarial, los robots tercera generación y la I.A. no son más que un bien de uso, un factor de producción. Salvo aquellos robots que se venden a consumidores finales. Siendo que no son más que factores de producción, están en la misma categoría que cualquier otra maquinaria de la época que sea. Dicho de otra forma, no hay diferencia praxeológica entonces entre una maquinaria y un robot o bien el software de Inteligencia Artificial.

Esta falacia genética es la que origina el supuesto problema de desempleo y desplazamiento de humanos que en teoría sería resuelto con más impuestos aplicados al sector productivo. Bajo el análisis correspondiente que se ha desarrollado en el presente texto, entonces no habría diferencia para hoy en día gravar cualquier máquina actual, conocimiento o tecnología que aumente la productividad, lo que lo convierte y reduce en un absurdo.

Entonces cualquier invento de impuesto es tan solo el aprovechamiento de la opinión popular o el miedo a ese futuro distópico en el que miles de humanos morirán de hambre por el desempleo generado por los robots y por la I.A. Lo cual muchos sabemos que es totalmente falso.

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