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Big Reset. Menos impuestos, más libertad.

Todos trabajamos en mayor o menor medida con una computadora, un ordenador y, en los tiempos que corren más horas pasamos frente a ellos, deshumanizándonos, incluso en el uso del nuevo modo de interacción social no laboral. Es probable también que muchos hayan experimentado el mal momento que significa que la computadora se haya infectado con un virus, cuando el antivirus, -de tenerlo instalado- no posee respuesta satisfactoria alguna. Si la fatalidad del virus superaba la protección brindada por su programa antagonista, no quedaba mucho más que resetear todo y volver a los valores predeterminados del sistema, a foja cero, instalando nuevamente el Windows con las funciones vitales básicas y empezar de nuevo.

Muchas veces perdiendo documentos y archivos valiosísimos… tesis, artículos, informes laborales, etc. y aquello constituía un real infortunio. Desde luego que hay grises, a veces el virus no destruía por completo el ordenador, pero hacía difícil desenvolverse y trabajar con “normalidad”. Hoy en día, con los nuevos sistemas operativos, antivirus y firewalls, quizás no nos percatamos de los virus tan frecuentemente como sucedía en los 90s, en donde muchos escribíamos con marcador indeleble diskettes 3 ½ la leyenda de “CUIDADO VIRUS” para que nadie más los utilice. Rememorando aquellas épocas, este breve artículo será un viaje al pasado, a bordo del DeLorean, en búsqueda de respuestas para un mejor futuro.

Planteada la disputatio al momento de intitular el presente artículo, efectuando una doble analogía, tal como si este texto correspondiese al género literario Summa, frecuente en los patrísticos medievales y, a su vez el virus pandémico uno de ordenador, quisiera aprovechar y adelantar a modo de sneak peak mi sententia respondiendo con sabiduría taoísta al problema que se originó en la ciudad China de Wuhan. Aportando para ello la sapiencia de Chuang-Tsé (369-286 a.C.) hombre culto, quien fuera discípulo de Lao-Tsé, y que comprendía a la perfección el valor absoluto de la Libertad y el orden natural de las cosas.

Tal es así que, en consideración a su gran conocimiento, el rey Wei de Ch´u le ofreció un altísimo cargo de ministro, el que fue rechazado bajo la premisa de que aceptarlo cercenaría su propia Libertad de escoger sus más íntimos fines. Chuang-Tsé bregaba por tan solo dejar a la humanidad en su estado libre y natural y, defendía a ultranza el orden espontáneo de las cosas. Ideal al que le adjudicamos su conceptualización.

Hoy, 2300 años después, el mundo desespera y no es para menos. Pero la desesperación de muchos radica en que observar a ciertos dirigentes, pareciera ser igual a ver tejer a crochet a Edward Scissorhands (el joven manos de tijera de Tim Burton), ya que, cuanto más se empeñan en un determinado objetivo peor resulta el desastre.

Pero… ¿Qué leemos? Leemos noticias que pronostican el advenimiento de la peor crisis de la historia, una que incluso haría quedar al crack del ´29 como una leve brisita de invierno. La economía de muchos países se contraerá, así que sí, hemos de regresar al pasado, quizás al 1929 en términos de contracción económica, ¡pero más de mil en términos ideológicos!

Parece ser cierto que las ideas no mueren, afirmación no sujeta a la condición de validez de las mismas. Entonces, las ideas no se matan… en general, pero las que carecían de signos vitales se resucitan o al menos se invocan, lo cual es un absurdo.

Y es así como muchos países debaten el justum pretium, como se discutía en el concilio de Nimega (806 d.C.) de Carlomagno, solo que en aquel entonces no existía el alcohol en gel o las mascarillas sanitarias. Y vemos como los funcionarios “carolingios” de AFIP, o de alguna otra hacienda de otros reinos, se ven obligados -claro está- a extralimitarse de sus funciones y realizar tareas de control de precios, como si la función natural de un inspector de hacienda no fuese ya suficiente. Todo para que ningún pequeño comerciante de barrio incurra en la “vergonzosa ganancia” que se aborrecía en el concilio de la época medieval o incluso antes en las antiguas polis griegas.

Sucede que, además, así como la humanidad ha crecido en capacidad de adaptación y recuperación, también los Estados se han vuelto injustificadamente enormes. Cuando a mediados del Siglo XIV la peste negra azotó Europa llevándose millones de vidas, el efecto más perjudicial y duradero no fue la cuestión bubónica, sino la respuesta de la corona inglesa sobre el control del salario máximo y la racionalización del mismo (Rothbard, 1999).

Pero ahora el tablero de comando que los Estados poseen es mucho más grande que en aquel entonces, el pensamiento económico evolucionó (en algunos casos) y las posibilidades y recursos son mayores, sin embargo, la reflexión dicotómica persiste y su persistencia asusta.

Quienes piensan que solo se puede optar por una tipología pura de A o B estarían intentando resolver un asunto creyendo que es más simple de lo que en realidad es. Y hacer eso, cuando el conflicto tiene mayor dimensión, solo da una falsa ilusión temporal de alivio, pero esconde gravemente la porción del problema no resuelto. Después de todo, la definición y formulación del problema determinará los posibles resultados. La simplificación del mismo o una demarcación incorrecta excluye otros problemas y puede crear áreas o fronteras de ignorancia.

Y esa ceguera que produce el pensamiento estrictamente dicotómico se ve agravada por la altivez de quienes asumen el papel de divinos salvadores.

La arrogancia lleva a muchas personas, que ocupan posiciones de poder, a sentirse realmente deseosos de convertirse en héroes que posteriormente la historia inmortalizará. Porque las capacidades de acción política que hoy existen llevan el puesto de comando al nivel de la legendaria USS Enterprise y, quienes ocupan el sillón de mando son los “elegidos”, y quizás no pueda salvarse una galaxia, pero sí un país. Entonces es cuando caemos en la centralización, justificando que el dirigismo centralizado sirve en crisis o emergencias de cierto tipo, pero cuando se trata de economía la cosa es bien diferente. Pero claro, sucede que en muchos países ahora se encuentran en la imposibilidad de comprobar empíricamente que hubiese sido mejor, si destruir o no la economía y, una vez destruida pareciera ser exigencia resolver lo disuelto. Rearmar lo destruido.

Dado que no podemos aún cambiar el pasado, solo nos resta conformarnos con observar a otros, que, en situaciones similares, han actuado diferente; y desde luego aprender. No existe otra alternativa hasta hoy.

Hay algo que es cierto, más proteccionismo y más regulaciones no arreglarán la economía. Pero han de repetir la “noble” mentira porque esa es la razón de ser de los falsos héroes, quienes, en economías de guerra, donde lo que solo abunda es la escasez, se les exige a todos comulgar con la doctrina de la austeridad y afrontar la miseria tan solo aceptándola; peor aún, suprimiendo los deseos humanos… porque debemos empáticos y comprender: “es la peor crisis de la historia”.

Entonces cuando entramos en crisis o, dejamos que la crisis entre en nosotros mejor dicho, infinidad de resortes comienzan a dispararse en nuestra psiquis y, así como “la memoria es la base de la personalidad individual… …la tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo” (Unamuno, 1913) y nuestra personalidad colectiva por tradición nos hace necesitar ese fusil de madera del que hablaba Thoreau a mediados del Siglo XIX, que es el Estado. Simplemente porque lo necesitamos; necesitamos y porque nos encanta oír el ruido de tan desaceitada maquinaria, como una canción de cuna que adormece a un recién nacido y, solo allí es cuando el grito desgarrador de “¡Hagan algo!” comienza a desvanecerse frente al agridulce sonido de tan delicados engranajes.

Cuando hablamos de capacidad para solventar los gastos del Estado, y lo enmarcamos en un Estado de Bienestar en primer lugar y como sostiene Oscar Vara Crespo, no es uniforme la visión del mundo sobre este último concepto, a ello agrego que, además, trae peligrosamente implícito la justificación infinita de gastos; y de esa forma lograr el óptimo del Estado se convierte en la zanahoria delante del burro. “debido a que el Estado de Bienestar podría resultar indefinido de manera permanente. Mejor dicho, el concepto puede variar en el tiempo. Lo que hoy significa puede no significar en cinco o diez años. El Bienestar puede convertirse en un barril sin fondo, en un hambre que nunca termina de saciarse” (Corona Fobia, La otra cara de la amenaza, 2020). Y este punto hemos de reconocer que ya entre las generaciones vivientes poseemos diferencias en cuanto a lo que significa esfuerzo.

Hemos de reconocer entonces que año tras año se desdibuja significado de esfuerzo y de trabajar arduamente para lograr nuestros fines; frente a ello y al negacionismo del fracaso individual es cuando comenzamos a mirar amigablemente al Estado para que nos suministre más bienestar.

En este punto debemos empezar a creer que es falso que a mayor presión tributaria mayor desarrollo económico, humano, o cualquier otro tipo de desarrollo. Lo cierto es que no hay correlación y tal situación debe analizarse caso por caso. El positivismo en economía debe ser desterrado y, en este punto los economistas y las personas debieran dar lugar al entendimiento desde la praxeología. El positivista tomará como dato un acontecimiento económico puntual y lo aislará para obtener su evidencia empírica. El problema de ello es que ningún acontecimiento económico resulta aislado y todos forman parte de una extensa interrelación entre los agentes que interactúan.

Llegado a este punto habiendo dedicado breves líneas al estado, la crisis y al bienestar, ahora sí, surgen preguntas sobre cómo se debería reconfigurar el estado o dicho de otra forma, qué medidas fiscales deben adoptarse, temporarias o permanentes, para afrontar la crisis. Y en semejante interrogante todos miramos a la optimización, al óptimo, aunque ese mismo no es para todos igual. Cuestión que puede ser abordada desde el ingreso o desde el gasto, o bien directamente desde la dimensión óptima del presupuesto estatal como expresa el doctrinario italo-argentino Dino Jarach, y en donde diferenciándose de Musgrave, atina -en mi opinión- al decir que la financiación de gastos públicos -con recursos tributarios- para la estabilización de la economía, implica una reducción de la renta disponible en manos del sector privado. Agregando que en todo caso la política tributaria es la que debería favorecer, incluso renunciando o flexibilizando ciertos principios de imposición, la implementación de formas que favorezcan el ahorro en manos de los ciudadanos. Ya que posteriormente ese ahorro es el que se convierte en Genuina inversión.

Si el dilema es inversión pública o inversión privada, cabe entonces antes preguntarse qué nos hace creer que la centralización posee menos capacidad de equivocarse que la atomización del sector privado, quien asumiría luego las consecuencias derivadas del error de cálculo y, por qué es que se primaría aquella en detrimento de la libertad individual -empresarial en este caso- para equivocarse, entre otras cosas. No he encontrado hasta hoy respuesta satisfactoria.

Para ir cerrando estas líneas, he de volver a lo simple, como quien dice que volver al origen, a las raíces, aporta beneficiosa sabiduría, agregando el refrán de que cada problema contiene la semilla de su propia solución. Es entonces que correspondería evocar el vocablo Oikonomos recordando que desde la etimología su significado estaba atribuido a las normas de la economía doméstica, de la administración de los bienes de la casa; es decir lo simple.

Es por ello que, las medidas fiscales debieran ser sencillas: reducir gastos, reducir impuestos, el resto es historia. Quizás es el momento oportuno para poner a dieta al estado y, acrecentar las libertades del Individuo, después de todo de nada sirve enaltecer al estado cuando este mismo no tiene “ni la vitalidad ni la fuerza de un solo hombre, ya que un solo hombre puede plegarlo a su voluntad” (Henry Thoreau, 1849) cuestión que estamos observando en muchos países.

A veces no hacer es mejor que pedirle a Edward Scissorhands que continúe tejiendo a crochet. Quizás, parte de la mejor solución es hacer menos y, ello no es nada nuevo. Justamente todo lo contrario, encontramos que Lao-Tsé en su obra Tao Te Ching precisó:

 

Treinta radios de una rueda

Convergen en un centro

Es el vacío el que hace que la rueda sea útil.

Mezcla arcilla y haz una vasija

Es el vacío el que hace que la vasija sea útil.

Construye una habitación

Abre puertas y ventanas

Es el espacio abierto el que las hace útiles.

Lo que hay es provechoso,

Lo que no hay, útil.

 

Si realmente fuese necesario un Reset, antes debemos preguntarnos dónde estuvo el punto de inflexión, cómo es que llegamos a asfixiantes impuestos y absurdos gastos del estado. Debemos siempre recordar que cuanto más grande es el estado más pequeño es el Individuo. Entonces: ¿Volvemos a las funciones vitales del estado? Eliminando gastos tan controvertidos como innecesarios que incluyen ministerios enteros con exorbitantes presupuestos y, si: ¿reducimos los gastos?, más aún y, si ¿reducimos la presión tributaria drásticamente? Finalmente: ¿Reseteamos o no reseteamos a las funciones predeterminadas el ordenador?.

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